Josetxu Silgo: el artista agazapado

Encontrarse con “Y al fin volar” es descubrir la obra de un artista que no sabía que lo era.
Fotografías sinceras, naturales, sin artificios, que hablan del mar, de la Tenerife rural de los 80, de la familia. De la madre que es mujer.

A menudo, artistas reconocidos tienden, si no a esconder, sí a difuminar la huella de su obra primera que consideran técnicamente imperfecta o reflejo de un momento vital demasiado lejano. Por ello es de agradecer, en su apertura a los espacios del arte, la honestidad de Josetxu Silgo Hernández, fotógrafo casi desde que se conoce, y artista adulto por opción y por su buen hacer, de mostrarse con su temprano trabajo, seleccionado con mimo de entre miles de negativos, que son trozos de vida.
Una vida que Josetxu ha dedicado a observar, a interpretar, a proponer… Y lo ha hecho desde campos que sentía racionalmente alejados como el análisis sociológico, la fotografía o el emprendimiento. Hasta que el tiempo, la madurez profesional y artística, le han llevado a comprender que las barreras entre estos mundos está más en nuestro imaginario que en la realidad, que es híbrida y compleja. Que hay muchas formas de mirar.

“Y al fin volar” es la expresión de una decidida apuesta por traspasar la timidez de un artista agazapado tras la economía para mostrar también al Josetxu emocional. Que se nos abre, brazada a brazada, a través de una mirada en blanco y negro, íntima y fresca del mundo que le rodea en su juventud: azoteas y terrazas, islas frente a islas, vientos alisios, mojo y biberones, tiempo lento y noches frescas, canciones de encuentros y hasta prontos, hermanas, piscinas y sonrisas… mamá.

“Y al fin volar” es un recorrido acertadamente lento y sin nostalgia, aunque sus obras la provoquen. Con valentía y orgullo de ese fotógrafo al que le costó creer que llevaba
dentro un artista.

Roberto Gómez de la Iglesia
Economista y gestor cultural